Capitulo XXIV

CAPITULO XXIV

Sandra Fumadora

         Hasta el momento, la mayoría de mis propietarios eran fumadores, más o menos empedernidos. Lo de Sandra y su afición al tabaco, llegaba a unos límites tales que se había planteado que, si un día lo dejaba, el monopolio español lo acusaría en su cuenta de pérdidas.

         Sandra encendió su primer cigarrillo cuando tenía, apenas, 14 años y el segundo con 15. Después tomó carrerilla y, prácticamente, prendía uno con otro. Su récord lo tenía una noche de sábado que abría un paquete a las 12 en punto y cinco horas más tarde estaba pidiendo un cigarrillo al camarero, pues los suyos se habían acabado.

         El tabaco de su predilección era el negro: más fuerte de sabor pero menos dañino que el rubio... pensaba ella. Se jactaba de haber fumado, prácticamente, de todas las marcas españolas de esa clase de tabaco.

         De adolescente, su voz no era de grandes agudos. Paulatinamente, el constante trajín de humo por sus cuerdas vocales termino por afectarlas, resultando una voz tan grave que, por teléfono, la confundían fácilmente con un hombre. Este hecho, al principio, le sorprendía, después le molestaba... y en los últimos años, ella misma lo tomaba a risa. Mientras era joven y vivía en el hogar paterno, quienes llamaban habían pasado de confundirla con su hermana Rosa a pensar que era su padre. Estas confusiones las tomaba... según el humor que tuviera ese día y tambien dependiendo de quien se tratara: había veces que si se daba a conocer, y otras que no.

         Además de la voz grave, tampoco tardo en aparecer la tos perenne, especialmente por las mañanas, en que su organismo hacia un esfuerzo más que considerable por limpiar su sistema respiratorio de alquitrán y otras sustancias provenientes del tabaco. Ese toser constante hacía que los catarros se prolongaran durante meses.

         Alguna vez había pasado que, por diversas razones, generalmente de tipo económico, no pudo comprar tabaco, el estado de ansiedad era tal que incluso llegaba a la agresividad verbal.

         La falta de ejercicio la llevo al sobrepeso y con la ayuda de la mala ventilación de los pulmones, pronto las escaleras se convirtieron en su peor enemigo.

         Cuando caí en sus manos, Sandra tenía unos 45 años. Aunque alguna vez se había planteado remotamente el dejar de fumar, en realidad tampoco se había puesto a ello. Incluso en el trabajo, donde llevaba varios años, fumaba a hurtadillas algún cigarrillo que otro.

         Hacia algo menos de un año que, ocupando la vacante que la jubilación de un compañero dejara, llego Anabel. Fue Sandra quien, durante unos meses, le estuvo dirigiendo y dando las pautas sobre cómo realizar su labor. Ese trato, llevo a que entre las dos mujeres se estableciera una corriente de simpatía que, con el roce continuo, se transformó en amistad. Juntas recorrían la distancia, de unas tres manzanas, hasta la boca de metro. Y había muchas mañanas que tambien coincidían a la llegada, dentro de la estación.

         Una de esas mananas en que se encontraron, se enfrentaron a una escalera mecanica averiada. Solo quedaba la alternativa de subirla a pie. Sandra tomo aire. Afortunadamente para ella, Anabel se encontraba enfrascada contandole una situacion que, desde hacia unos dias, estaba viviendo con su marido.

         Apenas llevaban subidos unos cuantos escalones, cuando Sandra tuvo que detenerse para llenar de aire sus pulmones, y al hacerlo le vino un golpe de tos.

- Maldito catarro...! -exclamo.

-Vamos, te ayudo...

-No, mejor ve tu al trabajo no vayas a llegar tarde...

         Anabel consulto su reloj de pulsera.

-Da igual. No te voy a dejar atrás... Vamos, despacio para que no te agotes -y le ofreció su brazo.

         Las dos mujeres por fin coronaron la cima de aquella interminable colección de peldaños. Así como Sandra parecía necesitar una bombona de oxígeno en cada bocanada, en el caso de Anabel la respiración apariencia mínimamente alterada, solo notoria si hablaba.

         Una vez en la calle, el jadeo de Sandra empezó a ceder lentamente. Saco un cigarrillo. Anabel la miro. Su rostro congestionado, con la frente brillante por el sudor que asomaba, el tórax sometido a hiperventilación... le hicieron quitarle el cigarrillo sin encender y, rompiéndolo, lo tiro a una papelera.

-Oye, no seas insensata. Lo menos que necesitan tus pulmones ahora es que les metas humo. ¿Quieres que te dé un infarto o algo así...?

-Tienes razón... -acertó a decir.

-Fumas mucho...

Bah! De algo hay que morir. Además, a estas alturas de la vida, y con todo el tabaco que llevo ya... No creo que tenga muchas soluciones.

-Déjate de derrotismos.

Es cierto...! Llevo desde los 16 años fumando. ¡Son treinta años! ¡Debo tener alquitrán para asfaltar una carretera...!

Exagerada...! Mira, aquí donde me ves, he sido fumadora de tres paquetes diarios de tabaco americano. Yo me plantee quitarme del vicio porque me pasaba como a ti: me ahogaba en cuanto subía una escalera. El corazón se aceleraba tanto que parecía se me iba a salir por la boca. Me daba cuenta de que estaba poniéndome al borde del infarto. Y tambien pensaba como tu: veinticinco años fumando, debía tener los pulmones de alquitrán, nicotina y otras porquerías que se podrían sacar a paletadas. Y tambien pensaba que aparcar el tabaco seria poco menos que imposible... Pero un día, en mi barrio, en un centro de salud, dieron unas charlas para ayudar a quitarse del tabaco. Alla que fui. Te puedo asegurar que salí muy sorprendida. Ahora, cuando venía al trabajo, al pasar por delante, vi que estaban anunciadas las mismas charlas... ¿Te parece que vayamos...? No pierdes nada... Y puedes ganar en salud. Te aseguro que te vas a sorprender.

         Sandra acepto. Efectivamente, no tenía nada que perder. Y se citaron para aquel viernes.

***

         Sandra llegó unos minutos antes al lugar de la cita. Mientras esperaba, su mente era un bullir de pensamientos:

Bueno...! Vamos a prepararnos a oír, por enésima vez, lo malísimo que es fumar y esa espada de Damocles del cáncer de pulmón, del cual no nos salva ni la paz ni la caridad! ¡El rollo de siempre...! La verdad que no sé para qué he venido... Aunque lo dejara ahora, debo tener todas las papeletas para enfermar de cualquier cosa. -y tras un brevísimo flash que trajo a su memoria la conversación tenida con su amiga días atrás: - Tres paquetes diarios que fumaba... ¡qué barbaridad...! Claro que, la verdad, no sé de qué me asombro, si yo debo andar en esas cantidades. Ciertamente, que Anabel tampoco es de esos exfumadores que protestan por el tabaco ajeno...

         Al poco apareció Anabel. Tras saludarse, las dos mujeres se dirigieron hacia donde se celebraba la conferencia. El recinto no era demasiado grande. Había bastante gente. La mayoría, parecían ser del barrio. Habían unos grupos que charlaban entre ellos bastante animadamente:

-¿Son profesionales de la salud?

-Si, pero del mismo centro. Son una serie de conferencias que se imparten, y forman parte de la campana...

-¿Qué campaña...?

-Una de Ayuda para dejar de fumar.

-Ah, ya...! Pero no nos quedaremos a todas, ¿verdad?

-No, no... Además yo tengo que ir a la Plaza Mayor... ¿Me acompañarías?

-Si, mujer.

         Cinco minutos antes de la hora anunciada, se abría la sala de conferencias, donde el público se fue acomodando, y un inapelable murmullo de voces se adueñó del lugar.

-Hay bastante gente...! -comento Sandra, que, curiosa, miraba en todas direcciones.

-Si, es que son varios temas de los que se habla...

         A las seis en punto, un hombre bien arreglado, se aproximó a un micrófono que se erguía solitario ante un atril transparente. Tras dar unos golpes quedos en el aparato, carraspeo suavemente, tal vez para llamar la atención del público.

-Buenas tardes. Sean todos ustedes bienvenidos a esta serie de conferencias, que consideramos de vital importancia para nuestra salud y calidad de vida. Tanto si es usted fumador de pocos o muchos cigarrillos o está pensando en dejarlo, nuestros conferenciantes, todos ellos especialistas de los diversos temas que se irán abordando, aportarán con sus conocimientos esa ayuda y conocimientos tan necesarios para saber no solo a qué nos exponemos cada vez que aspiramos el humo del cigarrillo, sino tambien cómo luchar y lograr dejar, de una vez por todas, el hábito del tabaco. Sin más dilación, presento a nuestro primer ponente, Dr. Francisco Aguilar, especialista en Aparato Respiratorio.

            Del lateral izquierdo, salió un hombre de mediana edad, de semblante sonriente que tras saludar al maestro de ceremonias, se dirigió al público presente. Tras unas breves reseñas hacia colegas presentes, empezó a decir:

-Buenas tardes... Hoy quisiera hacerles ver no tanto las desventajas de fumar, sino las ventajas de dejar de hacerlo. Veo que la media es de unos cuarenta años. Supongo que la mayoría de los presentes están queriendo quitarse semejante hábito...

         Por espacio de treinta minutos, el conferenciante hablo, de forma amena y rigurosa, mezclando entre tanta seriedad algún comentario que conseguía arrancar al auditorio alguna sonrisa. Tampoco faltaron una serie de diapositivas de radiografías de pulmones, que venían a demostrar, de forma fehaciente, la realidad de lo que se estaba comentando.

         Cuando por fin termino la conferencia, las dos amigas salieron a la calle. En su cabeza, Sandra iba analizando todo aquello de lo que se habló. Durante unos minutos, Anabel la dejo que recolocara sus ideas.

-Bueno... ¿Qué te ha parecido?

Muy bien...! Te soy sincera si te digo que me esperaba el mismo rollo de siempre: eres fumador, estás condenado a morirte de cáncer sin remisión. Sin embargo, este hombre da una visión distinta. Mas... optimista, ¿sabes? No solo te sitúa la sombra del cáncer de pulmón más lejos de lo que una piensa, sino que además te cuenta como el organismo, agradecido, empieza a reaccionar en muy poco tiempo: el corazón vuelve a su latido normal en horas. De todo, lo que me ha dejado así, con la boca abierta, es que en solo cinco años sin fumar, independientemente del humo que hayas trajinado, se ha recuperado la mitad de la capacidad pulmonar: lo cual, supongo, que equivale a que subir las escaleras del metro me cansaría la mitad que ahora... que ¡uf...! cualquier día de estos, me mata. Pero es que en otros cinco años más... los pulmones son como si no hubieras fumado en la vida. En realidad, se recupera muy rápido para la agresión que sufre...

-Yo tambien salí como tu: apenas daba crédito a lo que estaba oyendo.

-Chica, yo sabía, por aquello de la edad, la amenaza del cáncer de mama y tal. Pero no se me ocurrió pensar que el hecho de fumar equivalía a darle de comer... Con el miedo que me da a mí eso!

-Y no olvides el de riñón y enfermedades cardiovasculares: que si infartos, que si trombosis... en fin... Por supuesto, como bien dices, subir las escaleras sin necesidad de que le tenga que enchufar a una la bombona de oxígeno...

-Gente que he conocido que ha dejado de fumar, ha engordado hasta ponerse como un tonel... pero parece que es por sustituir ganas de fumar por comer. Y comen tambien de forma compulsiva...

-Tu piensa una cosa: si gente que esta enganchada al alcohol o a las otras drogas, como heroína, crack... y consiguen salir, y son drogas duras, ¿que no será del tabaco, que es una droga más que blanda... pues no hace sentir sensaciones de ningún tipo?

         Poco a poco iban llegando a la Plaza Mayor, que aquel viernes registraba marejadas de público en todas las direcciones. Las dos amigas permanecían en silencio. La voz joven de un muchacho que llevaba entre los dedos índice y medio un cigarrillo sin encender, las llamó:

-Hola, -saludo esbozando una sonrisa- ¿tienen fuego?

-Si, espera un momento.

         Sandra me saco del bolso. Encendí con mi llama la punta del aquel cigarrillo, que el joven avivaba con fuertes aspiraciones.

-Toma. Quédatelo. Yo no lo necesito... -y me puso en su mano.

Y así fue como pasé a ser propiedad de ANTONIO CARICATURAS.

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