Federico Okupa vivía, relativamente, próximo
de donde me encontró, en una casa abandonada desde los tiempos de Mari Castaña.
Llevaba en Madrid cerca de tres años. Durante un tiempo, había estado durmiendo
en la calle, hasta que conoció a unos que lo invitaron a dormir en su casa. Desde entonces, su vida se desarrolló
sin echar raíces en ninguna parte.
Desarraigado como ya digo, su vida
oscilaba entre la mendicidad y la bohemia. Con el tiempo, aprendió a tocar la
guitarra de oído, haciendo de la música su medio de vida. Abría una lata de
cerveza y en invierno en las estaciones de metro y durante el buen tiempo en
paseos y parques, como El Retiro, interpretaba diversas melodías a los viandantes,
esperando que la generosidad de la gente le permitiera cenar esa noche.
Su vida era un puro bandazo. Nada
previsto para mañana. Solo lo que iba surgiendo a cada minuto. Sabiase centro
de las miradas desconfiadas de la gente de clase media y vida estable. Mas, al
igual que sus compañeros okupas, se
mostraba indiferente a la actitud hostil de esas personas. Era consciente de
que esas miradas escondían un hálito de miedo, aunque la verdad es que él era
inofensivo. Quizás el más inofensivo de todos los que habitaban la casa abandonada...
Ocurrió que, de repente, el dueño que
se había desentendido del edificio en cuestión durante décadas... Aquel
inmueble del que nadie se preocupara en tanto tiempo se convirtió en centro de interés
de la noche al día: que si amenazaba ruina, que si las ratas tenían su vivienda
ahí... En fin, una serie de hechos que aseguraban los vecinos de la zona era
"por el bien de los jóvenes". La mayor hipocresía del mundo. Pues,
como habrá adivinado mi lector, era más bien que querían deshacerse de ellos.
Su presencia se calificaba como non grata. Hubo, incluso, quien les achacó
todos los delitos que en el barrio se cometían, como atracos, pequeños robos,
etc. Y no contaban que la proporción de delitos se mantenía igual que antes de
que los okupas llegaran, amen que es sabido que los delincuentes en contadísimas
ocasiones actúan en la zona en que viven. Aunque bien es cierto que, al
igual que había gente que quería echarlos a toda costa, también existían almas
caritativas que procuraban ayudarles en lo que fuera necesario. De todo hay en
la viña del Señor.
Y de todo hay también en el mundo de
los okupas. Quizá Fede fuera el más sano de todos en cuanto a comportamiento y
el más abierto a relacionarse con los vecinos. "Ten amigos hasta en el infierno; enemigos, en ninguna parte"
solía decir él. Y la verdad que lo practicaba. A pesar de que intentaba
establecer buenas relaciones con todo el mundo, no obstante se aproximaba más como
es lógico allí donde sabía que era bien recibido. El deambular por el mundo sin
rumbo fijo le había ensenado psicología de la gente y rara vez se equivocaba.
Por ello, aunque los enfrentamientos sordos con ciertos sectores de la vecindad
iban en aumento, el, por su parte, procuraba ganarse amigos.
Hombre practico, sabía de antemano que
vivir en aquella casa abandonada tenia los días contados: estaba harto de ver cómo,
una y otra vez, se repetía la historia... Y fue el dueño de un bar quien,
confidencialmente, le dijo que los vecinos habían llamado a la Policía para que
los desalojara y le dio la fecha en que se produciría. Fede, leal a sus compañeros,
aviso a todo el mundo. Pero nadie le hizo caso. Recogió sus pertenencias y se marchó.
Por eso fue por lo que se libró de que se lo llevara detenido: alguien denuncio
a los okupas por tráfico de drogas y, como el que más y el que menos, consumía algún
tipo de droga...
Como digo, Fede Okupa se marchó de la
casa, en busca de otra vivienda abandonada. Yo salí por un bolsillo de su pantalón
y lo vi alejarse, despreocupado y feliz... hasta que recibí una patada
accidental de CRISTINA SOLITARIA, que se convirtió en mi siguiente propietaria.
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