Hasta la mañana, no salí del bolso de
mi nueva propietaria. Eufemia estaba casada con Emilio, al cual traía de cabeza
con sus supersticiones. Porque Eufemia era una verdadera colección de supercherías.
Por ejemplo, si alguna mañana, medio "zombi", ponía el pie izquierdo
primero en el suelo, rápidamente se volvía a meter en la cama, y al cabo, se volvía
a levantar, poniendo el pie derecho. No cuenta que, en cierta ocasión, en una
maniobra de estas, se torció el tobillo, que tuvo lesionado durante dos o tres días.
Emilio, por el contrario, no tragaba con ningún camelo de ella. Así como ella tenía
mucho cuidado con "no tentar al diablo" era su expresión, a Emilio le
encantaba, de cuando en cuando, provocarla, haciendo cosas como abrir el
paraguas dentro de casa, o pasar bajo una escalera apoyada en la pared.
Emilio se había cansado de intentar
explicar a su mujer la falta de fundamento de las supersticiones, que la suerte
es la que uno mismo se busca en un tanto por ciento muy alto, dejando un resto
muy pequeño al azar. Incluso, un día compro tres periódicos distintos, y le
enseñó los pronósticos para el mismo signo del Zodiaco: ninguno coincidía.
Cuando saltó la noticia del descubrimiento de la 13 constelación, quiso hacerle
ver que durante tantos siglos se había creído que eran 12... ¿ahora qué pasaba?
Los astrólogos tenían que reajustar sus predicciones. Lo cual demostraba muy a
las claras que la pretendida ciencia no era más que un cumulo de falsedades y
los astrólogos unos charlatanes que, como tantos otros, viven de la ignorancia
de las gentes. En suma, una estafa completa. Y ahora, con el, siempre relativo,
cambio de milenio estaban haciendo su agosto. Relativo, porque el cambio de
milenio es en esta parte del mundo; otros países, no cambian milenio, pues se
rigen por un calendario distinto al gregoriano... Se inician sus eras en personajes
más lejanos en el tiempo que Cristo, o más próximos que éste.
Como digo, Emilio había desistido
totalmente de convencer a Eufemia del poco fundamento de sus creencias.
Mientras sus supersticiones fueran "inofensivas", la dejaba hacer...
Una tarde, Eufemia llego a su casa loca de contenta: había encontrado una
herradura con 6 agujeros:
-Vamos
a colgarla, cariño, que tendremos la buena suerte asegurada...
Emilio se encogió de hombros, con una
buena dosis de resignación y paciencia.
-¿Donde?
-Ahí,
en la entrada.
Emilio fue por la escalera y las
herramientas apropiadas. Mientras se preparaba, Eufemia decía:
-¡Verás
cómo de ahora en adelante nos sonríe la suerte, hombre de poca fe!
-Yo
seré hombre de poca fe, pero tú eres mujer de excesiva fe...
Total, que Emilio se subió a la
escalera, con tan mala fortuna, que se abrió del todo. Gracias a sus buenos
reflejos, pudo evitar el irse al suelo, pero no que un jarrón de la suegra se
hiciera migas en el suelo.
-Me
cachis...! Empezamos bien! -bramó él.
Ajustó la escalera de mano, asegurándose
que no le jugara otra mala pasada. Por fin, pudo subir. Empezó a hacer el
agujero en la pared, para meter la alcayata. Le pidió a su mujer la herradura.
Como ella no era excesivamente alta, y era poco el sitio que quedaba, tuvo que
estirar el brazo para dársela, y creyendo que ya la tenía sujeta su marido, la soltó,
yendo a darle a ella en un pie. No le hizo gran cosa. Lo suficiente para que
diera un gran brinco y un aullido, que sobresaltaron a Emilio. Como
consecuencia del susto, el martillo salió volando, rompiendo un espejo situado
justamente detrás de él.
-¡Ay,
Emilio! ¡Has roto el espejo!
-Si,
y el jarrón de tu madre.
-Eso
me importa menos. ¡El espejo roto... 7 años de mala suerte!
-¿No
decías que la herradura nos traería suerte? ¿En qué quedamos? -preguntó irónico,
y luego añadió: - ¡La suerte será que no salgamos lisiados de esta!
-¡Menos cachondeo...! -protestó ella, mientras
devolvía el martillo.
Emilio empezó a dar los martillazos
pertinentes... y en ello estaba cuando, con estrépito, cayó un cuadro al suelo,
dejando un hermoso agujero en la pared.
-¡Pues
sí que estamos bien...! ¡Me encanta la seguridad de los cuadros! -y siguió clavando,
con tan mala puntería que se dio de lleno en el dedo pulgar, machacándoselo.
-Cariño,
no es por nada, pero tienes unas manos que parecen los pies de otro...
-Mira,
Eufemia, subes tú y lo clavas. Yo me quedo abajo, y critico.
-Me
dan "risa" las alturas... -alegó la mujer.
-Pues
eso: así te ríes tú y yo me carcajeo... La madre que pario a la herradura de
los...!
-¡Emilio,
no digas palabrotas! Pues es herradura de caballo.
-¿De
caballo? ¡De burro tuerto!
-¿Te
duele el dedo?
-Solo
cuando me rio... Claro que me duele!
-Déjame,
que subo yo.
-¿No
dices que te dan miedo las alturas?
-Me
aguanto.
Emilio, que ya estaba desesperado, dejo
a su mujer que subiera. Si mal con él, con ella fue peor todavía. Se salió la
cabeza del martillo, dando en la pared que hizo saltar la pintura y termino
dando de rebote en un dedo, esta vez del pie, de Emilio. Afortunadamente, como
Emilio llevaba unas botas con protección metálica en la puntera, no le hizo daño.
-Eufemia,
que te quedas sin marido... Que me ha pasado rozando las ideas...
-¡Ah! Pero tú tienes de eso?
-¡Pocas,
pero más que tú, sí!
-Sin
comentarios -replicó ella.
Al cabo, ya estaba la dichosa herradura
colgada. Guardaron la escalera y las herramientas usadas. Emilio estaba
metiendo el dedo en agua fría, cuando en eso llamaron a la puerta. Eufemia fue
a abrir. Emilio, desde el cuarto de baño, oyó abrir la puerta, hablar a su
mujer con alguien, volver a cerrar y un ¡ay!, que lo alarmo. Emilio fue a ver qué
pasaba. Encontró a la parienta caída en el suelo, que había tropezado con la
alfombra. La ayudo a levantarse, y en ello estaba cuando la herradura se cayó,
de plano, sobre la cabeza del varón, causándole una pequeña brecha. Cuando
Emilio noto la sangre y vio el motivo de la herida, no se pudo contener.
-¡La
herradura tú la has traído! Tú te deshaces, ahora mismo, de ella.
Eufemia, también enfadada, la tomo y
sin más la tiro por la ventana, mirando como caía al suelo... y cuando estaba a
menos de dos metros, salía un hombre. La herradura le dio en la cabeza, haciéndole
ir al suelo.
-¡Ay, Emilio...! Que lo he matado...!
-
¡¿Que?! -ambos salieron corriendo, para atender al viandante herido.
No estaba muerto, sino
inconsciente. Emilio paró un taxi, y lo llevaron a un hospital para que lo atendieran.
En ese trajín, me perdí de Eufemia. Me encontró
FEDERICO OKUPA.
SIGUIENTE