Petra Binguera me encontró en uno de
tantos bares que frecuentaba mi anterior dueño. Petra era una mujer de mediana
edad, ama de casa, que, cuando iba a comprar, las monedas que tenía las echaba
en las tragaperras. Ludópata, no quería reconocer que el juego le podía. Mas
que las tragaperras, lo suyo era el bingo. Siempre iba al mismo. Allí era ya
conocida por los camareros y los empleados de la sala.
Su marido, Armando, hombre paciente
donde los haya, intentaba evitar por todos los medios que Petra se marchara al
bingo. Mas, cuando él se iba al trabajo, ella buscaba por todos los rincones de
la casa y se iba a jugar. Ciertamente, de cuando en cuando, cantaba algún
bingo... Pero si contamos la suma de todo lo que perdió y restamos los bingos
cantados, incluyendo líneas, el resultado era que jamás lograría recuperarse económicamente.
Lógicamente, el presupuesto familiar se resentia mucho. Era una sangría constante.
Una hemorragia, vaya.
Hubo una tarde que Petra debía hacer un
pago muy importante: de esos de hoy es el último día para (...) y en caso de no
pagar, las consecuencias eran graves. Petra, en vez de ir a pagar, con todo el
dinero se fue al bingo. Una tarde luctuosa, de esas que no cantó nada. Perdió
todo. Cuando vio que se había acabado el dinero, se echó a temblar temiendo la
bronca que le daría su marido. Por unos instantes, dudó si volver al hogar
conyugal e inventar una mentira total, después de tantas, una mas no importaba más
o menos creíble. Aun dentro de la sala, empezó a pensar que mentira contar.
Desde luego, algo que no implicara a terceros. Solo podia
ser que lo había extraviado. Sin embargo, era un cuento tan gastado...! Por
fin, Petra salió del bingo.
¡Cual
no sería su sorpresa que, en la puerta, de pie, apoyado en el coche, mientras
fumaba un cigarro y con una sonrisa en los labios, estaba su marido...!
-¿Qué haces aquí?
-Esperándote.
Te seguí y vi que te metías aquí... ¿Has cantado algo?
-Yo...
yo...
-Ni
la hora. Era de prever. Juegas para ganar... y pierdes por obligación. De verdad,
Petra, esto no puede seguir así. No puedes seguir así. El juego te puede...
como a mí me puede el cariño que te tengo. Vamos a hacer una cosa: hoy será tu
despedida definitiva. Primero, entraremos ahí y dirás que te prohíban la
entrada. Después, iremos a algún tipo de asociación que te ayude a superar tu
enfermedad.
-Yo
no estoy enferma.
-Si
estás enferma: Ludopatía. No eres la única persona que la padece. ¿Quieres
terminar como ella? -y señaló a una mujer bien vestida que estaba pidiendo
limosna- No sé si te habrás dado cuenta: pero ha entrado dos veces y ha vuelto
a salir. No pide ni para comer ni para beber: para jugar. Muy triste.
-La
conozco... Pero es que lo de ella...
-Lo
de ella es exactamente igual que lo tuyo. Más avanzado, pero nada más. Has hecho
del juego el centro de tu vida. Y si yo un día te falto, acabas haciendo lo
mismo: pidiendo limosna para jugar... ¿No crees que, solo como persona, mereces
otra cosa, algo más digno...? ¿Vamos? Pero antes piénsalo: que una vez que tu
digas que te prohíban la entrada, en ninguna sala de bingo ni casino te dejaran
entrar de nuevo. Piénsalo. Es un primer paso muy importante.
Durante unos instantes, Petra se quedó
mirando el umbral. Desde la calle, podía ver las mesas donde los empleados pedían
la identificación de todo aquel que entraba, y los ordenadores donde realizaban
la consulta pertinente. Sabía que, si su nombre engrosaba el listado del
ordenador, allá donde fuera le prohibirían la entrada. Dio un paso vacilante.
Miro a su marido. Miro la puerta. Y, por fin, entro.
Yo me quede encima del coche, viendo
como Petra daba sus nombres y apellidos, hasta que LEONOR CULEBRONES me tomo y
me llevo consigo.
SIGUIENTE