Capitulo XI

CAPITULO XI

Petra Binguera

         Petra Binguera me encontró en uno de tantos bares que frecuentaba mi anterior dueño. Petra era una mujer de mediana edad, ama de casa, que, cuando iba a comprar, las monedas que tenía las echaba en las tragaperras. Ludópata, no quería reconocer que el juego le podía. Mas que las tragaperras, lo suyo era el bingo. Siempre iba al mismo. Allí era ya conocida por los camareros y los empleados de la sala.

         Su marido, Armando, hombre paciente donde los haya, intentaba evitar por todos los medios que Petra se marchara al bingo. Mas, cuando él se iba al trabajo, ella buscaba por todos los rincones de la casa y se iba a jugar. Ciertamente, de cuando en cuando, cantaba algún bingo... Pero si contamos la suma de todo lo que perdió y restamos los bingos cantados, incluyendo líneas, el resultado era que jamás lograría recuperarse económicamente. Lógicamente, el presupuesto familiar se resentia mucho. Era una sangría constante. Una hemorragia, vaya.

         Hubo una tarde que Petra debía hacer un pago muy importante: de esos de hoy es el último día para (...) y en caso de no pagar, las consecuencias eran graves. Petra, en vez de ir a pagar, con todo el dinero se fue al bingo. Una tarde luctuosa, de esas que no cantó nada. Perdió todo. Cuando vio que se había acabado el dinero, se echó a temblar temiendo la bronca que le daría su marido. Por unos instantes, dudó si volver al hogar conyugal e inventar una mentira total, después de tantas, una mas no importaba más o menos creíble. Aun dentro de la sala, empezó a pensar que mentira contar. Desde luego, algo que no implicara a terceros. Solo podia ser que lo había extraviado. Sin embargo, era un cuento tan gastado...! Por fin, Petra salió del bingo.

          ¡Cual no sería su sorpresa que, en la puerta, de pie, apoyado en el coche, mientras fumaba un cigarro y con una sonrisa en los labios, estaba su marido...!

-¿Qué haces aquí?

-Esperándote. Te seguí y vi que te metías aquí... ¿Has cantado algo?

-Yo... yo...

-Ni la hora. Era de prever. Juegas para ganar... y pierdes por obligación. De verdad, Petra, esto no puede seguir así. No puedes seguir así. El juego te puede... como a mí me puede el cariño que te tengo. Vamos a hacer una cosa: hoy será tu despedida definitiva. Primero, entraremos ahí y dirás que te prohíban la entrada. Después, iremos a algún tipo de asociación que te ayude a superar tu enfermedad.

-Yo no estoy enferma.

-Si estás enferma: Ludopatía. No eres la única persona que la padece. ¿Quieres terminar como ella? -y señaló a una mujer bien vestida que estaba pidiendo limosna- No sé si te habrás dado cuenta: pero ha entrado dos veces y ha vuelto a salir. No pide ni para comer ni para beber: para jugar. Muy triste.

-La conozco... Pero es que lo de ella...

-Lo de ella es exactamente igual que lo tuyo. Más avanzado, pero nada más. Has hecho del juego el centro de tu vida. Y si yo un día te falto, acabas haciendo lo mismo: pidiendo limosna para jugar... ¿No crees que, solo como persona, mereces otra cosa, algo más digno...? ¿Vamos? Pero antes piénsalo: que una vez que tu digas que te prohíban la entrada, en ninguna sala de bingo ni casino te dejaran entrar de nuevo. Piénsalo. Es un primer paso muy importante.

         Durante unos instantes, Petra se quedó mirando el umbral. Desde la calle, podía ver las mesas donde los empleados pedían la identificación de todo aquel que entraba, y los ordenadores donde realizaban la consulta pertinente. Sabía que, si su nombre engrosaba el listado del ordenador, allá donde fuera le prohibirían la entrada. Dio un paso vacilante. Miro a su marido. Miro la puerta. Y, por fin, entro.

         Yo me quede encima del coche, viendo como Petra daba sus nombres y apellidos, hasta que LEONOR CULEBRONES me tomo y me llevo consigo.

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