Adela Soñadora era adolescente. Fue la
persona más joven que tuve como propietaria. Y, tal vez, la más encantadora. También
fue la única que, durante el tiempo que estuve con ella, se dirigió a mi como a
un amigo. Quizás fue, precisamente, por la ausencia de amigos en su mundo real.
Porque Adela estaba en permanente huida
de la vida real. Cuando algo la heria en su alma no importaba que fuera poco o
mucho buscaba refugio en sus ensoñaciones. A lo largo de su vida, se forjo todo
un Universo de fantasías. Historias más o menos desconectadas, pero todas ellas
con un factor común: sus sueños eran una expresión de sus deseos más íntimos.
Traducía la realidad en una quimera, aun a sabiendas que esa quimera jamás podría
ser transportada totalmente a la vida cotidiana; que lo más parecido, se hallaría
muy lejos de lo que ella había imaginado.
Soñar despierto no es malo. Al
contrario, es una facultad que posee la raza humana. Precisamente, es ahí donde
radica su capacidad creativa. Y, cuando esta capacidad creativa se conjuga con
la intelectual, entonces es capaz de realizar grandes hazañas... aunque no siempre
esas hazañas sean, precisamente, lo que más le honre. Me refiero, claro está, a
todo aquello que ha servido para destruir y sojuzgar.
El verdadero peligro de soñar despierto
es no saber distinguir donde está la línea que separa ficción y realidad...
Adela si sabía distinguirla. Aunque siempre se movía en esa frontera harto
insegura.
Cuando Adela me tomo del suelo, me miro
y sonrió. En vez de guardarme en algún bolsillo, me llevo en la mano, acariciándome
la rueda una y otra vez. Pero no de una forma maquinal, sino anhelándolo. Al
poco, entramos en el Retiro.
Siguió hasta una zona solitaria, donde
se respiraba la paz del otoño incipiente. Llegaban apagados rumores lejanos que
se fundían con la quietud de la hora ecos de la demencia del ir y venir de la
ciudad. El sol daba sus últimas bocanadas de calor, sin querer decir su adiós
al estío. De cuando en cuando, el viento alzaba las primeras hojas que yacían
muertas en el suelo, estremeciendo de frio los cuerpos...
En un océano de serenidad inusitada, se
sumergía Adela. Sentada en un banco, en medio de la soledad, la mano que me sujetaba
se abrió de par en par. Tras contemplarme, con una media sonrisa durante unos
segundos, empezó a susurrarme:
-Aunque
seamos distintos, en realidad, que iguales somos. Tú te has perdido de tu dueño.
Yo vivo perdida y sin dueño. El Destino que hoy, por azar, une tu historia a la
mía, tal vez, un día vuelva a separarnos. Somos un cumulo de encuentros y separaciones.
No sé qué número hago en tu vida. No sé qué número haces en la mía... Pero eso,
a fe mía, que es igual. Amén de que los números saben de todo, menos de lo más
importante: los sentimientos. Seguramente, si tu pudieras hablar, tendrías
mucho que contarme. Estoy convencida de que seriamos muy buenos amigos. Yo también
tengo mucho que contar... Sin embargo, nadie me escucha. Dicen quienes algo
dicen que mi gran defecto es que sueño mucho, demasiado tal vez... Es posible
que tengan razón. Mas, dime, ¿cómo afrontar la existencia sin el recurso de los
sueños? ¿Que toda la vida es sueño/y los sueños, sueños son? Ya lo se. ¿Ves?
Toda la vida es sueño. Eso es que quien imagina vive... Pero no quiero hacer filosofía
barata. Solo quiero vivir este instante mágico de la mañana otoñal. Aquí, a
solas tú y yo, mi humilde y gran amigo Clipper. El sol y el viento son también
amigos míos. Uno me da su calor; el otro, impetuoso, me acaricia...
-Pero
ninguno de los dos lo haría como yo si tú me dejaras... -dijo una voz masculina
tras ella.
Adela se volvió. Sus ojos, negros como
la noche, se clavaron en los del varón.
-Miguel...!
-¿Hablabas con el mechero? Mejor, hazlo conmigo. Tus
palabras no se las llevara el viento, sino quedaran prendidas en mi alma. Compartamos
nuestros sueños. Tu conmigo y yo contigo. Y, juntos, hagamos realidad nuestras
quimeras, nuestras ilusiones. Tú quieres ser amada; yo quiero amarte... Mi sueño
más hermoso eres tú, Adela... Ven, vamos a disfrutar de esta hermosa mañana...
Adela, como hipnotizada, se levantó. Su
mano, embargada por la emoción, se aflojo y yo me quede allí, mientras veía a
la joven pareja alejarse, envuelta en el amanecer de un nuevo sol.
SIGUIENTE