Capitulo VII

Capitulo VII.

Adela Soñadora.

         Adela Soñadora era adolescente. Fue la persona más joven que tuve como propietaria. Y, tal vez, la más encantadora. También fue la única que, durante el tiempo que estuve con ella, se dirigió a mi como a un amigo. Quizás fue, precisamente, por la ausencia de amigos en su mundo real.

         Porque Adela estaba en permanente huida de la vida real. Cuando algo la heria en su alma no importaba que fuera poco o mucho buscaba refugio en sus ensoñaciones. A lo largo de su vida, se forjo todo un Universo de fantasías. Historias más o menos desconectadas, pero todas ellas con un factor común: sus sueños eran una expresión de sus deseos más íntimos. Traducía la realidad en una quimera, aun a sabiendas que esa quimera jamás podría ser transportada totalmente a la vida cotidiana; que lo más parecido, se hallaría muy lejos de lo que ella había imaginado.

         Soñar despierto no es malo. Al contrario, es una facultad que posee la raza humana. Precisamente, es ahí donde radica su capacidad creativa. Y, cuando esta capacidad creativa se conjuga con la intelectual, entonces es capaz de realizar grandes hazañas... aunque no siempre esas hazañas sean, precisamente, lo que más le honre. Me refiero, claro está, a todo aquello que ha servido para destruir y sojuzgar.

         El verdadero peligro de soñar despierto es no saber distinguir donde está la línea que separa ficción y realidad... Adela si sabía distinguirla. Aunque siempre se movía en esa frontera harto insegura.

         Cuando Adela me tomo del suelo, me miro y sonrió. En vez de guardarme en algún bolsillo, me llevo en la mano, acariciándome la rueda una y otra vez. Pero no de una forma maquinal, sino anhelándolo. Al poco, entramos en el Retiro.

         Siguió hasta una zona solitaria, donde se respiraba la paz del otoño incipiente. Llegaban apagados rumores lejanos que se fundían con la quietud de la hora ecos de la demencia del ir y venir de la ciudad. El sol daba sus últimas bocanadas de calor, sin querer decir su adiós al estío. De cuando en cuando, el viento alzaba las primeras hojas que yacían muertas en el suelo, estremeciendo de frio los cuerpos...

         En un océano de serenidad inusitada, se sumergía Adela. Sentada en un banco, en medio de la soledad, la mano que me sujetaba se abrió de par en par. Tras contemplarme, con una media sonrisa durante unos segundos, empezó a susurrarme:

-Aunque seamos distintos, en realidad, que iguales somos. Tú te has perdido de tu dueño. Yo vivo perdida y sin dueño. El Destino que hoy, por azar, une tu historia a la mía, tal vez, un día vuelva a separarnos. Somos un cumulo de encuentros y separaciones. No sé qué número hago en tu vida. No sé qué número haces en la mía... Pero eso, a fe mía, que es igual. Amén de que los números saben de todo, menos de lo más importante: los sentimientos. Seguramente, si tu pudieras hablar, tendrías mucho que contarme. Estoy convencida de que seriamos muy buenos amigos. Yo también tengo mucho que contar... Sin embargo, nadie me escucha. Dicen quienes algo dicen que mi gran defecto es que sueño mucho, demasiado tal vez... Es posible que tengan razón. Mas, dime, ¿cómo afrontar la existencia sin el recurso de los sueños? ¿Que toda la vida es sueño/y los sueños, sueños son? Ya lo se. ¿Ves? Toda la vida es sueño. Eso es que quien imagina vive... Pero no quiero hacer filosofía barata. Solo quiero vivir este instante mágico de la mañana otoñal. Aquí, a solas tú y yo, mi humilde y gran amigo Clipper. El sol y el viento son también amigos míos. Uno me da su calor; el otro, impetuoso, me acaricia...

-Pero ninguno de los dos lo haría como yo si tú me dejaras... -dijo una voz masculina tras ella.

         Adela se volvió. Sus ojos, negros como la noche, se clavaron en los del varón.

-Miguel...!

-¿Hablabas con el mechero? Mejor, hazlo conmigo. Tus palabras no se las llevara el viento, sino quedaran prendidas en mi alma. Compartamos nuestros sueños. Tu conmigo y yo contigo. Y, juntos, hagamos realidad nuestras quimeras, nuestras ilusiones. Tú quieres ser amada; yo quiero amarte... Mi sueño más hermoso eres tú, Adela... Ven, vamos a disfrutar de esta hermosa mañana...

         Adela, como hipnotizada, se levantó. Su mano, embargada por la emoción, se aflojo y yo me quede allí, mientras veía a la joven pareja alejarse, envuelta en el amanecer de un nuevo sol.

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