Capitulo VIII

Capitulo VIII.

Laura Star.

         Durante dos días estuve allí. Nadie, o casi nadie, pasaba por allí. Quienes utilizaban aquel camino, iban demasiado embebidos en sus pensamientos como para reparar en mí. Y fue el segundo día, por la tarde, cuando la sofisticación en persona se sentó en aquel banco y se dio cuenta de mi presencia. Observo si yo tenía gas suficiente. Saco un pañuelo del bolso. Lo humedeció con colonia y me limpio detenidamente. Luego extrajo una funda dorada bonita, pero muy rococo y me inserto en ella. Me metió en el bolso otra vez, junto al tabaco... Era Laura Star.

         Si Liza Minelli decía, en aquella película, que "la vida es un cabaret", Laura hacía de su vida un espectáculo continuo. Ella era la estrella. El resto del mundo, simplemente comparsas. Si utilizamos un lenguaje cinematográfico, ella seria la Star y los demás los extras. Si había algún hombre que, aun momentáneamente le pudiera interesar, ese hombre era Guest star, es decir estrella invitada por ella a su propia función. Los ademanes de Laura eran tales que, seguramente, ni la mismísima reina de Saba, con todo su poderío, tenia.

         A decir verdad, los hombres que se aproximaban a Laura eran los que solo se fiaban de las apariencias. Y cegados por tanto relumbres, creían que aquella mujer era la numero uno de las mujeres... Por ignoro que motivos, ellos se convertían en auténticas marionetas en sus manos. El sentido del humor de Laura era cruel: hacia las bromas a cuenta de los demás. Bromas hirientes que causaban risa a todos, menos a aquel que servía de blanco de sus bufonadas. Ella contaba, por supuesto, con la prudencia ajena. Como nadie osaba a decirle cuatro verdades, se iba envalentonando y creciendo. Llego al punto de que sus bromas se convertían en insultos en toda regla. Como digo, Laura era cruel y despiadada.

         Laura estaba acostumbrada a que todas las personas que la conocían le hicieran el juego... Sin embargo, a pesar de todas las ostentaciones y jactancias de Laura, pude observar que había alguien un tal Raúl que se burlaba de todas sus frivolidades. Este Raúl era un muchacho algo más joven que ella: unos meses nada más. Pero con más cabeza que ella. Bueno, decir que alguien es más sensato que Laura, tampoco es decir gran cosa. Y Laura debía darse cuenta de ello, pues precisamente nunca dirigió sus bromas contra él. Intuía que Raúl era lo que se dice la horma de su zapato. Tal vez fuera este muchacho el único que no se rendia ante su vanagloria y pretendida espectacularidad.

         Supe que, en cierta ocasión, a Laura se le averió el coche en las afueras de Madrid, como a unos 20 km. Casualmente, paso él con una furgoneta de reparto. La vio y paro, para llevarla donde quisiera. Laura con un amplio repertorio de prejuicios se negó a subir: Ella, la estrella, con un tipo con mono de trabajo, lleno de suciedad, ¡en una furgoneta de reparto...! ¡Qué insulto! ¡Qué bajeza...! Cuando Laura contestó que no, sin más arrancó y se marchó. Aquello fue humillante hasta el límite. Porque esperaba que el muchacho se lo repitiera. Pero no. Añado que la historia terminó en que se tuvo que venir a pie a Madrid. Casi nada.

         Esta anécdota, muy enfadada, la comentó con sus amigos. Estos le daban la razón a ella... por puro servilismo. Pero, en el fondo, todos reconocían que Raúl era un tío completo. Pues los mismos que le daban la razón a ella, pensaban que, si por ellos fuera, también harían lo mismo a esa diosa de vía estrecha. Durante varios días crecida por las opiniones favorables de sus amigos ideo un plan de ataque hacia Raúl. Deseaba verlo para, con sus bromas, despellejarle vivo y ridiculizarle delante de todos... Y ese fue el día que me encontró.

         Laura después de recogerme dirigió sus pasos hacia el lugar donde solía reunirse con sus amigos. Siempre se retrasaba. Así podía hacer su entrada triunfal. Desde luego lo de pasar desapercibida, no iba con ella en absoluto. Si era puntual, esa irrupción no podía realizarla... Omito la descripción, por vergüenza ajena.

         Al cabo de un rato, apareció Raúl. Laura lo vio y aparentemente no le hizo mella. Sin embargo, cualquiera que la conociera medianamente, observaría un rápido reflejo en su rostro... y en su comportamiento. Si hasta la llegada del muchacho Laura estaba en animada conversación, a partir de ese momento, la animación se disparó. Insisto en que quien la conociera bien, notaria lo artificial de su actitud.

         En un momento dado, Raúl sacó un cigarrillo. Laura me tomó del bolso, adrede, justo en ese momento. Raúl se dio cuenta de la jugada y en vez de pedir fuego a ella, se lo pidió a otra chica. Viendo que así no conseguía nada, Laura se dirigió a él:

-Me da igual lo que hagas, Raúl. Pero si ves que tengo el mechero en la mano, no sé por qué pides fuego a Mari...

-Mari solo me enciende el cigarrillo. Si te lo pido a ti, eres capaz de quemarme las narices.

 -¡Qué tonterías dices...!

-Sabes que no digo tonterías. Nos conocemos muy bien.

-Además, no sé ni cómo te hablo después de dejarme tirada en la carretera.

-¡Alto ahí! ¿Yo paré, cierto o no? Te dije que, si querías que te llevara a algún sitio, ¿cierto o no? Cuando viste que era una furgoneta y no un deportivo, lo desechaste, ¿cierto o no? En vista de que no querías, me fui...

-Eres un...

-Un tío que no tiene por qué contemplarte y ser tu juguete. Ese día yo estaba ganándome el pan. No tenía por qué entretenerme con una tiparraca como tú. Si mi mono de trabajo no te gusta, si la furgoneta no te gusta, a mí, personalmente, me da igual. ¿Te enteras? Si a ti te encanta ir de show woman por la vida, me da igual. Es tu problema. Yo no tengo por qué aplaudir tus entradas y tus salidas de escena. Eres una persona totalmente vacía. Careces de sentimientos. Vives de vanidades y banalidades. Todo en ti es pura apariencia... Como este mechero. La funda dorada, con dibujitos lo más historiados posible. Pero dentro que es lo que importa hay un mechero de lo más corriente y moliente... y no me extrañaría nada que te lo hayas encontrado por ahí. Así eres tú. Por fuera, la sofisticación en persona. Por dentro, la vulgaridad en persona... Apuesto lo que sea a que has venido con ánimo de hacerme objeto de tus bromas. Tus bromas, conmigo no. Guarda tus energías, Laura, para aprender a ser más humilde y humana... Esas dos virtudes que tu desconoces. No te diviertas a costa de los demás. Porque, de seguir así, un día alguien te va a dar un corte que no vas a saber por dónde ha venido... Alguien con los suficientes reaños para llamarte por tu nombre y apellido: zorra de saldo...

-Déjala ya, Raúl. Te has pasado... -terció uno de los muchachos.

-Alguna vez lo tenía que oír -replico Raúl.

-Todos estamos de acuerdo. Pero reconoce que te has pasado. No hay que insultar a nadie...

-Tienes razón... -y dirigiéndose a Laura- Perdóname lo último. No quería denigrarte...

         Se hizo un silencio tenso. Por primera vez en mucho tiempo, Laura no pudo controlar las lágrimas. Se daba cuenta de que fue por lana y salió trasquilada. Todos sus castillos en el aire se vinieron abajo estrepitosamente. Por una vez, alguien con los suficientes reaños le había cantado las cuarenta. Miró a su alrededor. Se sabía el centro de las miradas. Pero, en esta ocasión, no quería serlo. La vergüenza le estaba comiendo por dentro. Ella, que siempre tenía preparada la contestación para salir airosa de situaciones complicadas, ahora no sabía qué decir. No se atrevía. Escondió su rostro a los ojos de los demás. Notó que una mano masculina la tomaba de la barbilla, haciendo que alzara sus ojos. Era Raúl. La miró sonriendo.

-Nunca sientas rubor por mostrar tus sentimientos, Laura. Perteneces a la raza humana. Al igual que todos nosotros, tú también tienes tu corazoncito. y diciendo esto, le dio un beso de lo más fraternal, que hizo a Laura sonrojarse.

         Poco a poco, los ánimos se fueron calmando, cediendo la tensión. La tarde paso. Laura afortunadamente no fue la estrella de la velada. Sino una más. Y, a fe mía, que a partir de aquella tarde no volvió a ser como era... Pero no lo sé, porque, en un descuido de los contertulios, apareció COSME PERVERSIDADES y me guardo en el bolsillo de su chaqueta.

SIGUIENTE