Cosme Perversidades era uno de esos
hombres que más le vale a uno no haber conocido nunca. En un principio,
resultaba alguien super encantador: simpático, servicial... Pero, una vez que
entras en trato, para salir corriendo y no parar. Una persona malvada donde las
haya. Una mezcla de soberbia en grado sumo y de terrible complejo de
inferioridad, con una buena dosis de envidia y mala sombra. Todo ello,
aderezado con una labia increíble.
Cosme Perversidades vivía solo... a
temporadas. Frisaba los 50 y muchos años. Pero la práctica habitual de deporte,
el cuidarse mucho en lo que se refiere a comidas y tipo de vida más el taparse
las canas, hacía que pareciera más joven de lo que era en realidad. En los
asuntos de amoríos, estaba más que curtido. Porque lo que, en realidad quería,
era una mujer que le limpiara la casa y con quien, de cuando en cuando,
mantener relaciones sexuales. Hay que reconocer que el tipo en cuestión sabia
conquistarlas. Mujer que lo conocía y lograba escapar de sus redes, mujer que
no quería oír hablar más de él. Las oleadas de odios que levantaba a su paso
eran fuera de lo corriente. Con nadie era capaz de portarse medianamente bien.
Sus compañeros de trabajo y, en líneas generales, quienes tuvieran trato con él
lo aborrecían con toda el alma. Además de todo este cúmulo de perversión, el
remate era su gran cobardía y, consecuentemente, la traición de que hacía gala.
Cuando lo conocí, vivía con una mujer
llamada Dolores. La convivencia entre ellos era, desde luego, insoportable.
Debido a ese tremendo complejo de inferioridad de Cosme, era muy celoso. Unos
celos de tipo patológico. Su cobardía llegaba al extremo de, cuando Dolores no
obraba según él decía, pegaba a la mujer. Luego, cuando se arrepentía, le venía
muy humilde pidiendo perdón... para, al cabo de corto tiempo, volver otra vez a
las andadas. Por su parte, Dolores parecía no aprender la lección. Y siempre le
perdonaba.
Cosme llevaba a Dolores a todas partes
con él. Sabía que, a pesar de todo, ella no iba a abrir la boca sobre su
convivencia infernal con él. De todas maneras, Cosme ejercía una estrecha
vigilancia sobre ella y la gente con quien Dolores hablaba, llegando incluso al
extremo de decirle con quien podía hablar y con quien no. No solo le tenía
prohibido charlar con hombres a raíz de los celos sino también con determinadas
mujeres. Había veces que Dolores se saltaba tales prohibiciones. Entonces era
cuando Cosme se volvía peligroso. Delante de la gente, Cosme se guardaba mucho
de decirle nada, ¡pero en cuanto se quedaban a solas... pobre Dolores! Le caía
leña hasta en el carnet de identidad.
Evidentemente, esta situación no era ni
medianamente soportable. Aunque, por lo general, el miedo más atroz era un
freno para Dolores, ya digo que, de cuando en cuando, tenía arranques de valor.
Uno de esos arranques fue lo que una noche mientras Cosme roncaba hizo que
Dolores se decidiera a marcharse de su lado para siempre. Dolores se levantó
con mucho sigilo. Se puso la ropa en otra habitación y, siempre sin hacer
ruido, se fue, dejando una carta de despedida sobre la mesa de la entrada.
Por la mañana, cuando Cosme
Perversidades se despertó, al no encontrarla a su lado, sospecho la realidad.
Iba a salir cuando encontró el mensaje. abrió y leyó:
Cosme:
Como
resultas un ser de lo más odioso, aunque, eso sí, un maestro en la cama y como
esta que lo firma no es masoca para aguantar tus maldades, humillaciones y
sadismos sin cuento, decido volver a ser libre. Si, has leído bien. LIBRE. Pues
la convivencia contigo no es para quienes gustan la libertad. He intentado ser
paciente; he intentado quererte; he intentado comprenderte. Tú, por tu parte,
ninguna de las tres cosas. Solo has querido imponer tu voluntad por encima de
todo... ¡Y de qué forma, por cierto!
No hay
que ser ningún Rappel para adivinar el futuro que te espera. Futuro que, dicho
sea de paso, no está demasiado lejos. El futuro tiene, precisamente, nombre de
mujer... aunque no sea una mujer: soledad. Cuando tu actividad sexual con los
genitales acabe, ten por seguro que no hallaras ninguna idiota como yo ni como
las que me precedieron que te aguante. No tienes nada que ofrecer a una mujer
normal. Búscate una que sea masoquista y le guste sufrir todo tipo de humillaciones
y crueldades sin cuento, incluyendo las bofetadas que das.
Si te
gusta malgastar tu vida, es, desde luego, problema tuyo. Pero no tiene por qué
ser de nadie más. Pues, desde luego, es una pérdida de tiempo andar por el
mundo creándose enemigos. Son puertas que se cierran hoy y jamás se abrirán.
Cierto que tu gran soberbia y endiosamiento te impiden ver tal cosa. Mas,
Cosme, has de saber que si alguna virtud tiene la sociedad es que es
justiciera. No te estoy deseando ningún mal: solo te advierto de tu futuro.
Por lo
demás, desde ahora mismo, puedes irte a la mismísima mierda. Claro que, pensándolo
bien, yo he salido de la mierda que eres tú. Pero tú estás condenado a vivir
contigo mismo.
Dolores
Cuando Cosme leyó la nota, su orgullo
de macho ibérico de vía estrecha, se hizo trizas. Era la primera vez que, a la
cara, le decían frases así. Sobre todo, las tres últimas líneas. Desde luego,
Dolores se iba a enterar quién era él. Porque, por supuesto, eso no iba a
quedar así. Tales frases clamaban venganza. Rápidamente, empezó a idear un
plan. Ideas crueles y sanguinarias cruzaban por su mente a velocidad de vértigo.
No obstante, pensaba Cosme, esto sería pasajero. Ella volvería a él. Lo llamaría
y él se mostraría lo más solicito posible, como si no hubiera ocurrido nada. Y
cuando Dolores estuviera a su merced... caería sobre ella su más terrible venganza.
Cosme se deleitaba pensándolo. En ello
estaba, cuando sonó el timbre de la puerta. Creyendo que era ella, abrió. En
vez de Dolores, en el umbral se hallaba un tío de, casi, dos metros, muy ancho
de espaldas y de indudable fortaleza física. Mal encarado, con una pinta de
macarra que ahuyentaba al más pintado. Las manos en los bolsillos de la
cazadora. Su voz, tremendamente fría, pregunto por Cosme:
-Soy
yo...
-Sólo
te vengo a dar un recadito: si vuelves a molestar a Dolores lo más mínimo, eres
hombre muerto... cabrón. A tío Quique no le gusta que le hagan daño a su sobrina
del alma... -cogiéndole de la pechera de la camisa y con mirada asesina, añadió:
cabrón. Esto para que vayas aprendiendo -y le soltó un directo a la mandíbula
tal, que a Cosme le pareció que la casa se le venía encima, cayendo al suelo
como un fardo.
El mafioso le dio un puntapié. Comprobó
que, efectivamente, Cosme estaba k.o. Yo estaba encima de una mesita. El
violento me vio. Me tomó y se fue cerrando la puerta de la casa. Durante un
buen rato me llevó en la mano. Ya en la calle, encendió un cigarrillo y después
al observar que me quedaba poco gas me tiro lejos de él. Vi cómo se alejaba.
Durante algún tiempo permanecí allí caído. Hasta que alguien me tomó del suelo.
Era mi nuevo propietario, PEPE AGUJAS.
SIGUIENTE