Capitulo III

Capitulo III.

Paloma Prisionera

         ¿Qué puedo contar de mi nueva propietaria? Sumida en mil miedos. Rebosante de rebeldía. Necesitaba cariño y paz, como el aire para respirar y el agua para beber. Tenía días de persona relajada, cuyo trato en esos días era normal, y días que resultaba intratable. Si su comportamiento lo lleváramos a una gráfica, sería una sucesión continua de montañas y valles: la cumbre de la montaña representaría el paroxismo. El valle, las temporadas de paz.

         Paloma Prisionera era nieta del miedo atroz e hija de la intolerancia y el cinismo. El tiempo que estuve con ella, fue una sucesión insufrible de discusiones muy fuertes, en las cuales se pasaba de la violencia verbal a la física, incluyendo a la presencia de armas blancas: botellas, vasos, ceniceros... incluso yo también, en alguna ocasión, he volado por los aires.

          ¡Pobre Paloma...! El tiempo que conviví con ella solo un fragmento de su vida fue, sencillamente, horroroso. Egoísmos encontrados. Locuras desatadas. Jamás vi relaciones humanas tan sumamente deterioradas. La muerte invocada, una y otra vez. Relaciones basadas en el "aquí se hace lo que yo digo porque lo digo yo". Imposición de voluntades, sin importar sentimientos de nadie.

          ¡Pobre Paloma...! Víctima de la más absoluta intolerancia. Víctima, más que verdugo. Cuantas madrugadas, en el silencio de su alcoba, ¡la oí llorar! ¡Cuántos amaneceres descubrieron sus ojos hinchados...! Su vida fue un luchar sin cuartel contra la insensibilidad de aquellos que la rodeaban. Su sueño más anhelado, poder vivir en paz y armonía. Sentirse una persona querida, amar y ser amada.

          ¡Pobre Paloma...! Sumida en las sombras, sus ojos eran una plegaria continua al Destino. Y en el eco de su voz, un clamor anhelante de comprensión. Si yo pudiera, Paloma, te llevaba por caminos de estrellas y luceros. Lejos de locuras, lejos de crispaciones... Alla donde los valles son hermosos vergeles. Alla donde la luz del Sol viste tu persona de alegres colores.

         Si yo pudiera, Paloma, volaríamos por los cielos claros, saltando de nube en nube. Si yo pudiera, Paloma, caminaríamos sin rumbo en medio de la noche, contemplando la lluvia de estrellas. Contaríamos los cometas que surquen el firmamento. No serias paloma prisionera, sino torcaz. Y de tu rostro jamás se borraría la sonrisa. Tus ojos no llorarían más. Alma alada, rompe tus cadenas. Quiebra las argollas de la miseria espiritual, y emprende tu vuelo de libertad.

         Si yo pudiera, Paloma... Pero no soy más que un mechero, que una noche dejaste olvidado, envuelta en tus pesares, en un banco de la calle. Adiós, Paloma. Te deseo mucha suerte y que tu martirio acabe ya.

 

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