Capitulo II

Capitulo II.

Muhammad

         Pido disculpas a mis lectores. A pesar de que, en el capítulo anterior, anuncie a Paloma Prisionera, antes quiero contar una historia que me conmovió, y que me la narro otro mechero. La historia es así:

         Noche de invierno. Clara noche estrellada. Rueda, en lo más alto, la luna blanca. Cual afilado cuchillo, un aliento helado se clava en el alma. Tiritan los huesos. Se estremece la piel. Blanca escarcha presentida. Alla, en una calle solitaria, un hombre busca protección en el umbral de un garaje, próximo a una rejilla del Metro, que le sirve de calefacción. Una manta vieja tal vez, un corazón caritativo se la regalara envuelve su cuerpo aterido. Sabe que, con estos fríos, y durmiendo en la calle, puede amanecer un día congelado: son dos grados bajo cero lo que está cayendo ahora mismo.

         Lejos quedan sus recuerdos: su familia, su novia, sus amigos... Hambre atroz que le persigue sin piedad. Sus ojos, acostumbrados a los parajes semidesérticos del Norte de África, buscan ahora un oasis de calor y fraternidad. "Alá es grande", le decían. Mas, ay, Alá se olvidó de él. Sin embargo, a pesar de los pesares, no quiere regresar con las manos vacías. Es mucha la miseria que le aguarda y son pocas las esperanzas.

         Su nombre y su piel delatan su condición de extranjero. Hay quienes le miran con recelo y desconfían. Hay quienes se dirigen a él con un tono de superioridad que le subleva. Realmente, es duro ser extranjero y de otra raza en España. Pero, lo realmente curioso, es que el español no se considera racista... porque, salvo casos aislados, no obran con violencia física contra miembros de otras razas que no sean europeas. Sin embargo, se llenan de prejuicios y miden por el mismo rasero siempre bajo a todos los individuos de una misma raza. Dicen, por ejemplo, que todos los moros son traicioneros. Que la raza mora es la escoria de la raza árabe. ¿No saben, acaso, que los llamados moros son descendientes directos de los árabes que conquistaron España y fueron expulsados por los españoles, y que tampoco hay que confundir el subdesarrollo de un país, o de un conjunto de países, que determina la forma de vivir de sus habitantes, con las peculiaridades de la raza mayoritaria? Olvidan, acaso, que la existencia de las razas es solo producto del aclimatamiento de las personas en las distintas zonas del planeta. De ahí, la claridad u oscuridad de la piel. El ADN de cada cual, esto es, la herencia genética, ha hecho el resto. La disyuntiva era: "Adaptarse o morir". La Humanidad eligió obviamente lo primero.

         Todo esto no entraba en las cabezas rapadas de cinco muchachos que venían calle abajo. Daban rienda suelta a sus odios, miedos, complejos y frustraciones en las personas que nada tienen. Actos de infame cobardía, que ellos mismos se encargaban de justificar. Apoyados en el número siempre superior a la víctima buscaban en el extranjero el chivo expiatorio de su propia impotencia. No querían ver tampoco que, algún día, ellos se podían ver en igual situación: extranjero en país extraño, emigrante sin techo, y marginado por su raza. Fieles devotos de Hitler y lectores de "Mi lucha", no caen en la cuenta de que ellos hubieran sido perseguidos hasta la muerte si la ideología nazi hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial: España no es un país de raza aria, que es la pretendida raza superior que preconizaba Hitler y sus secuaces... amén de que el mismo Hitler tenía ascendencia judía. Pero una cosa es la realidad que uno se niega a ver y otra es lo que uno quiere que sea. Se cambia lo que haga falta, aunque el resultado sea una enorme mentira sin ningún fundamento. Mentira hambrienta de crueldad y sangre.

         Dando voces. Haciéndose notar y buscando con quien saciar su apetito de violencia sin sentido, cinco pares de ojos escrutan los portales. Cada uno se siente fuerte por la presencia de los otros cuatro. De pronto, al doblar una esquina, ven a Muhammad. Uno de ellos, el jefe, da una patada. Muhammad abre los ojos. Con espanto, ve a los jóvenes. Insultos, patadas y golpes caen sobre el extranjero. Una ventana se enciende en la noche. El grito de “¡Asesinos, canallas!" hace que los skins se fuguen. Poco después, un coche de la Policía se hace cargo del malherido Muhammad.

         Pasan varios días. A Urgencias de un hospital, llega una ambulancia con un muchacho herido en un accidente de tráfico. Desde lejos, huele a alcohol que espanta. Ha perdido mucha sangre y se requiere, urgentemente, una transfusión. En un rápido análisis, ven que su grupo es AB+, más raro que un perro verde. No tienen reservas de tal grupo. Un hombre, que ha estado ingresado hasta ese mismo día, asegura que su grupo sanguíneo es el mismo que el del joven. Le sacan una muestra, y efectivamente, observan que así es. Y se hace la transfusión.

         Al cabo de varias horas, el joven recupera el conocimiento. La enfermera le dice que hay un hombre interesado por su estado de salud, y que a él le debe la vida. El muchacho dice que quiere verle para darle las gracias. Cuando el donante entra, los ojos del joven no creen lo que están viendo: se trata de Muhammad, al moro que unos días antes apalearan.

-Alá es grande. -dice el- Y el mundo, pequeño. La sangre que tu no querías, te salva la vida. Hoy en tu país celebrais la Navidad, fiesta importante para vosotros. Y como es en tu país donde estoy, te pido que seamos hermanos. Al fin y al cabo, todos estamos en un mismo planeta. Cuando el mundo se creó, no había fronteras. Las fronteras las inventaron los hombres. Unámonos. Seamos hermanos. Yo no te odio. No me odies tú tampoco. El odio destruye todo a su paso. La amistad y la fraternidad construyen. No te gusta como está construido el mundo hoy. A mí tampoco. Reconstruyámoslo desde la unión, no desde la desigualdad. Somos hombres con idéntica capacidad de amar; somos hombres con idéntica necesidad de calor humano. No será el odio ciego quien nos dé la solución. Alá te guarde y guie tus pasos por el camino del bien, y que la paz sea contigo. Salam waalikom.

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