Capitulo I

Capitulo I.

Maria Anónimos

         En aquel barrio María Anónimos era superconocida. Llevaba ya unos cuantos años viviendo en la misma casa. Solterona, sin ningún hombre que la acompañara en su vida, sus relaciones con los vecinos era poco menos que nula. Solo hablaba lo justo con los tenderos: para pedir lo que iba a comprar y pagar. Nada más. Cuando ella entraba en los comercios, y había algunas clientes, todo el mundo se callaba...

         Aunque parezca una crueldad, tenían su parte de razón. Maria Anónimos, en realidad, era una mujer muy peligrosa. Muy pocos se habían visto libres de ella y sus artimañas. Y, al cabo de tantos años, los vecinos estaban más que escarmentados. La opción más civilizada que encontraron era sencillamente hacer el vacío a una persona así.

         ¿Cuál era el peligro de Maria Anónimos? Su imaginación calenturienta. Ella veía, pongamos por caso, a unas parejas despedirse dándose un beso en la cara, y ya pensaba que habían montado una orgía de agárrate y no te menees. De ahí a escribir una carta dando todo lujo de detalles -que solo existían en su imaginación de mujer reprimida-a los padres de los jóvenes, todo uno... Luego, se sentaba a observar, a través de los visillos, las reacciones que la misiva despertaba.

         Lo curioso de María Anónimos era que ella estaba más que convencida de que hacía lo que debía. Y que nadie sabía que era ella quien mandaba aquellas cartas, contando historias de Spielberg.

         Aunque ese tipo de conducta le había provocado situaciones embarazosas, era evidente que tampoco habían sido lo suficiente como para que Maria Anónimos se diera por aludida y cesara en su actividad. Desde luego, la gente es más civilizada de lo que se cree en muchas ocasiones.

         Su manía de mandar los anónimos era por temporadas. Es decir, durante un tiempo no mandaba ninguno. Pero, de pronto, mandaba varios. Fue en una de esas épocas de reverdecimiento de su manía, cuando una mañana recogió de su casillero un sobre sin remite, dirigido a ella. Lo abrió y dentro, en media cuartilla y con recortes de letras de prensa, había escrito lo siguiente:

 

MARIA:

         ES EL PRIMER AVISO QUE TE DOY. DEJA DE METERTE EN MI VIDA PRIVADA, O VOY DIRECTAMENTE POR TI... Y NO TENDRE NINGUN TIPO DE COMPASION.

YO.

 

         María Anónimos sintió que la sangre se helaba en sus venas. Leyó, una y otra vez, la nota. Quería averiguar, por el estilo o que se yo, quién había tenido la osadía de mandar algo sin firmar a ella. Además, terminaba con algo tan personal como YO. Se fijo en las letras. Los recortes provenían, indistintamente, de diarios y de revistas. Evidentemente, se trataba de alguien que compraba de los dos tipos de prensa. No era mucho decir. Pero si algo a observar: sentarse en un banco próximo a un kiosco y ver quien compra diario y revista.

         Así lo hizo. Durante varias semanas, Maria aguardaba a ver quién podía ser el autor o autora de dicho anónimo. En un cuadernillo iba anotando quienes compraban diarios y revistas a la vez, bien en el mismo día, bien en distintas fechas.

         No dudaba que el trabajo era, como se dice vulgarmente, de chinos. Como además de metomentodo, era bastante organizada, poseía una lista en su casa de las personas a quienes había enviado las notas sin firmar y las fechas exactas. Solo era comparar nombres...

         Al cabo de mes y medio, aproximadamente, la lista de nombres del cuadernillo estaba completa. Ahora solo le quedaba comparar... Y cuando se disponía a ello, sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir.

         No había nadie. En el felpudo, un sobre con su nombre. Lo recogió, mirando de reojo por si veía a alguien. Observó el remite. Era de su hermana. Abrió y encontró una carta en que, resumiendo, decía que iba a pasar unos días con ella. Según la misiva, llegaria esa misma mañana a la estación. Faltaba una hora. Tenía tiempo justo para arreglarse e ir a buscar a su hermana.

         Cuando Maria arribo a la estación, por los altavoces avisaban de la llegada del tren y la vía. Se apresuro y bajó al andén. Efectivamente, la locomotora hacia su entrada. Se detuvo y, entre la gente que aguardaba a algún viajero, los que tomarían el tren y los que del mismo bajaban, Maria no podía ver bien. Fue su hermana quien consiguió avistarla. La llamo por su nombre. Cuan-do las dos mujeres se encontraron, se abrazaron efusivamente.

-¿Por qué no me has llamado?

-Perdí tu teléfono. Lo busque en la guía, pero no aparece tu nombre por ninguna parte.

-Vendrá por el señor que vivía antes en la casa...

-Pues deberías ir a Telefónica para que figure tu nombre en la guía, que va siendo hora... ¿Qué tal te encuentras, Maria?

-De salud, bien. A ti te veo divinamente.

-Mujer, tengo algunas goteras. Los años, hermanita, no pasan en balde... ¿Te noto preocupada... Ocurre algo?

-No, nada importante.

         Las dos mujeres empezaron a caminar por el andén, hacia la calle. Marta -que así se llamaba la hermana-no dejaba de hablar. Rápido y muy locuaz. Maria, a su vez, respondía con monosílabos... Pero totalmente abstraída. Tomaron un taxi. Maria dio la dirección al taxista. Dentro del coche, Marta tampoco se calló. Ella se hacia las preguntas y se las contestaba. El perfecto monólogo.

         Maria no atendía a lo que su hermana le contaba. Estaba pensando quien podía ser el autor del anónimo recibido. Pudo ser, perfectamente, la misma persona que dejara la carta en el felpudo de su puerta. Luego, era vecino de la casa. Sin embargo, hacia años que no escribía a ningún vecino de la casa... Mas si era así, ¿por qué no espero para que le diera las gracias, por lo menos? No podía entenderlo.

         Marta, por su parte, empezó a buscar en su bolso. Saco una cajetilla de tabaco. Extrajo un cigarrillo.

-¿Hermanita, tienes ahí fuego?

         Maria volvió de su viaje mental. Ciertamente, se hallaba a muchos kilómetros de allí. Me buscó en el monedero, donde estaba yo aprisionado entre monedas y billetes en mil dobleces.

-Eres la repanocha, Mari. No fumas, y llevas siempre un mechero encima. -rio Marta.

-Para que tú puedas fumar. Nunca tienes mechero...

-Lo dirás porque estoy todos los días contigo... Te veo preocupada. No has hablado hasta ahora.

Si tú lo hablas todo!

-Claro. Es mucho el tiempo sin verte... Ahora, voy a preguntarte yo.

Oh, no! Temo tus preguntas. Parece un interrogatorio de primer grado... Déjame, que ya te iré contando.

-"Hoy no se fía; mañana tampoco". Mira, que nos conocemos desde hace muchos años.

-Total, el medio siglo.

-El medio siglo lo tendrás tu: yo tengo 15 años, no 17.

Tus ganas!

-Me has descubierto: 18.

--¿Has contado el tiempo que anduviste a gatas, los años de tu juventud, etc.?

-No, la verdad que no.

Que viejas somos, hermana!

-Perdona. Yo diría que somos jóvenes tardías.

         El taxista, oyendo esta conversación, se reía. Procuraba evitar, como podía, que se le escapara una carcajada. Pero con lo de "jóvenes tardías" de Marta, ya estalló. Maria fue quien le increpo:

-Oiga, joven, ¡usted no tiene por qué escuchar lo que hablamos mi hermana y yo! ¡Este atento al tráfico y punto!

-Perdone, señora... Pero no puedo evitar escuchar...

-Maria, por Dios. Es que eres de lo que no hay. Estamos diciendo tonterías. Además, reírse es sanísimo. Déjale que se ría.

-Pero su obligación es el tráfico...

-Maria, empieza porque estamos en su taxi. Si quiere, puede echarnos. Continua porque en un sitio tan pequeño es imposible no oír. Tendría que ponerse tapones... -y dirigiéndose al taxista-Ruego que la disculpe, señor.

-Tranquila... No ha pasado nada.

         Maria saco un bolígrafo y un cuadernillo. Marta, que sabia sus intenciones -apuntar el número de licencia y averiguar la dirección-sin decir palabra, le quito el bolígrafo. Al poco, llegaron al portal donde Maria tenía su vivienda. Fue Marta quien pago la carrera, dejando una generosa propina. Una vez que sacaron el equipaje, Marta se acercó a la ventanilla y pidió disculpas de nuevo.

         Ya dentro del ascensor, Maria pregunto, como reproche a su hermana, por qué había sido tan generosa.

-Porque nos ha traído hasta aquí, a pesar de tu impertinencia.

-Para que se lo gaste en droga, alcohol o mujeres de mal vivir.

-Eso a ti no te importa. ¿Y tú qué sabes? Fíjate, que lo mismo es para comprarle un vestido nuevo a su mujer.

-O a su querida.

-No cambias, hermanita. Sigues igual que siempre. Rectifico: peor. No me extraña que no hayas encontrado hombre que quiera compartir su vida contigo... Con esa actitud tuya, como una Torquemada de este siglo, ahuyentas a todo el mundo...

-No quiero tus sermones.

-Pues me vas a escuchar. Quizá sea yo la única persona que, a pesar de todo, te quiera. Estas jugando a algo muy peligroso. Lo único que te salva, Maria, es la prudencia ajena. Nadie quiere verse involucrado en líos. Pero no te sorprendas si algún día encuentras la horma de tu zapato... ¡Pues no estabas tomando nota del número de licencia del taxista...!

Tú qué sabes que iba a hacer yo!

-¿No me lo preguntaras en serio? ¡Claro que lo se! Con el número de licencia, intentar averiguar su nombre y su dirección, para enviar un anónimo. Son muchos años. Y, para tu desgracia, no cambias... Maria, vas por mal camino. Vive tu vida. Ama aquello que la vida ofrece. Pero deja que cada cual haga su vida. No te metas en lo que no te importa... Si aquel se droga, intenta ayudarle a que no lo haga. Pero no lo condenes de antemano. Si te metes, que sea de forma positiva. Nunca denunciando lo que solo existe en tu imaginación. Disfrutas haciendo daño.

-Yo no hago daño.

-¿Qué no? ¿Inventando no haces daño? Sería bueno preguntar en este barrio las que tú has liado.

-Pregunta lo que quieras. Cuando entro en una tienda a comprar y hay mucha gente hablando, todo el mundo se calla. Eso es que me respetan.

-No, Maria. Es que te dan de lado. Y tienes suerte. El respeto no es el silencio automáticamente. El respeto es algo que se gana día a día. Lo que sienten no es respeto. Es... otra cosa: desprecio absoluto por tu persona. Los anónimos tuyos no son tales. Saben que eres tú. Vive y deja vivir. Ama y deja amar. Sueña y deja soñar. Solo vivimos una vez. Y esa ocasión hay que aprovecharla a fondo. Que, el día menos pensado, nos vamos al hoyo... No sabemos si nos quedan 20 años o 20 minutos. ¿Perder el tiempo fustigando a los demás con patrañas? ¡Qué va! Ayudar al prójimo, te advierto, es mucho más divertido. Además, te ayudas a ti misma. Aunque te creas perfecta, no lo eres. Ni tú, ni yo, ni nadie. Por tanto, es inhumano imponer a nadie un punto de vista. Cada cual tiene su sentido propio de la ética: de lo que está bien y de lo que está mal. Ignoro cuando te subiste a ese altar. Pero si sé que no te corresponde... Maria, vives biológicamente. Pero, para tu pesar y el mío, en realidad estas muerta por dentro. Porque tu soberbia te mata día a día.

-La culpa la tiene...

-No eches la culpa a nadie. Porque solo la tienes tu. Lo que ocurriera hace 30 años, no es responsable de lo que hoy haces... Que aquel chico se portara mal contigo, a causa de un anónimo, no es excusa para que, hoy, te dediques a hacer lo mismo que te hicieron. La venganza... es una tontería completa. Que alguien obre con maldad contigo, no te da motivo para que tu obres de igual ni con esa persona en particular ni con los demás. Hay que saber echar en el saco del olvido todo aquello que no vale la pena... y la malicia ajena es algo que no vale la pena tener en cuenta. Abre los ojos al mundo, Maria. El mundo, con su enorme diversidad, te aguarda. Ahí está. Esperándote con los brazos abiertos. Sin embargo, esa enorme diversidad no quiere ser herida por nadie. Porque la uniformidad, para el mundo, es un gravísimo atentado... Vive, Maria, ¡vive! Entra a formar parte de lo heterogéneo...

         Tras un breve silencio, Maria con los ojos bañados por el llanto sin decir palabra entregó a su hermana la nota anónima que recibió. Esta lo leyó.

-¿Lo ves, Maria? Alguien te amenaza, porque esta de ti hasta la coronilla. Mucha paciencia ha tenido... Sin embargo, esto no debe sorprenderte. Era esto lo que te tenía preocupada, ¿verdad?

-Si...

-He aquí el fruto de tu obra. No dejas de tener suerte. Te advierten que si vuelves a meterte en su vida... La solución la tienes en la mano. No sabes quién es. No vuelvas a meterte en la vida privada de nadie. Deja que la existencia de cada uno siga su curso...

         Pasaron varios días. Tal vez, una semana. Iban las dos hermanas por la calle, dando un paseo, cuando avistaron a un hombre. Un hombre de la edad, aproximada, de ellas. Debian conocerse... porque los tres se quedaron mirando. Fue Maria quien exclamo:

-Juanjo...! ¿Eres tú?

-Marta y Maria...! Las dos mujeres que más quiero... ¡Cuantos años sin saber nada de vosotras, sobre todo de ti, Maria!

-Es cierto...

-No pasa el tiempo para vosotras...

-Muchas gracias. ¿Tú, qué tal?

-Ahí lo llevo... Como puedo... Maria, debo pedirte disculpas. Sé que me porte mal contigo... Que no debí hacer caso de aquel anónimo... Si pillo a quien lo escribió... no sé qué le hago... Pero eso pertenece al pasado...

-Nunca es tarde si la dicha es buena... -tercio Marta.

-Tal vez, en este caso, sí.

         Maria se acercó a Juanjo y cogiéndose a su brazo, con una amplia sonrisa de felicidad, le dijo:

-Todos hacemos muchas tonterías. Nadie es perfecto. Ni tú, ni yo, ni nadie...

         El hombre saco un cigarrillo. Maria me busco para encender el cigarrillo que ella más deseaba. Como hacia algo de viento, el hombre me tomo en sus manos. Y una vez prendida la punta del pitillo, me echo en el bolsillo de su pantalón... que tenía un agujero en el fondo. Empezaron los tres a caminar. Yo, con el movimiento, iba resbalando hasta que, al final, salí por el agujero. Resbalé por todo el pantalón, sin que nadie se percatara de mi caída, hasta que llegué al suelo. Vi a los tres alejarse. El brazo varonil rodeaba la cintura de Maria... que ya no sería más Maria Anónimos.

         Así, caído en el suelo, permanecí un rato. Hasta que unos dedos de mujer me tomaron... Era mi segunda propietaria, PALOMA PRISIONERA.

 

SIGUIENTE