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Deja
que en mi noche brille
el sol incomparable que,
con tu sonrisa, amanece. Deja
en las sombras que
en mi horizonte vierten
su lengua negra, un
rastro de luz clara que
de tus labios brota. Arroyo
de luna blanca que desciende,
placidamente, hasta
el lago sonador sembrando
de ternura su fondo. Si
tus labios dibujan una
franca sonrisa, si
tus pupilas reflejan un
destello de luz amainara
el temporal que
sacude mi alma. Madrid, 8 de febrero de 1990 |
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