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Siento
el clamor de tu silencio que,
con fuerza irresistible, me
empuja a tu abismo insondable. Torrente
imparable de fuego que
enciende mis sentidos abiertos,
a ti, de par en par. Escucho
el grito salvaje del
viento desgarrado, aullando
madrugadas. Rugido
de mar arbolada que
golpea, sin clemencia, el
acantilado de mi espiritu. Mi
alma, durmiendo bellas ilusiones, despierta
a la centella que
de tu silencio emana. Madrid, 3 de enero de 1990 |
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