Juan Botella apestaba, desde lejos, a
vino barato. Salimos del bar, por indicación del dueño: lo expulsaban por
"patoso". Ya en la calle, Juan era incapaz de seguir una línea recta.
Iba de un lado a otro de la acera. Por supuesto, ignoro la cantidad de alcohol
digerida. Mas puedo asegurar que era bastante. Intentaba canturrear una cancioncilla,
pero no podía ni pronunciar las palabras. Al cabo de un buen rato más del que
hubiera precisado si fuera sobrio llegamos ante un portal. Debido a la soberana
cogorza que llevaba, no lograba que la llave entrara en la cerradura. Por ahí,
un vecino que salía, lo abrió.
Fue al ascensor. Franqueó la puerta, y
hasta que logro dar con el botón del piso... también tardó. Por fin, llegamos a
la vivienda. Entramos. Excuso contar cómo estaba la casa. Según abrió la puerta
del descansillo, un tufo a humanidad, mezclado con alcohol y colillas rancias,
que anestesiaba al más pintado. Polvo acumulado del año que le pidas. Periódicos
de cuando los dinosaurios dominaban la Tierra. Manchas con solera en el suelo y
en las paredes, enormes. Todo manga por hombro. Botellas vacías. Vasos con
restos de bebidas. Desde luego, en aquella casa no se limpiaba desde los
tiempos de Mari Castaña.
Después de chocar varias veces con las
paredes, diviso un sofá y ahí se tiró vestido y todo, quedando dormido en menos
que canta un gallo.
Cuando la mañana despertó a Juan
Botella, el sol entraba a raudales por la ventana. Miró el reloj. Las once.
Trago saliva. Intento levantarse, pero no pudo.
-¡Vaya
castaña me debí coger ayer...! ¡Que sabor de boca más asqueroso! He debido
roncar todo, porque tengo la garganta seca... Recuerdo hasta las 8 de la tarde,
¿que fui al bar de Seve y allí... qué pasó? Ah, sí,
¿que... que? Ni idea...
En esto, sonó el timbre de la puerta.
En que lamentable estado mental se encontraría Juan, que siendo un timbre de
campana, ding, dong cogió el teléfono, y, además, al revés!
-¿Diga...?
Pues no dicen...
Sonó el timbre de la puerta otra vez.
Juan, como pudo, se levantó a abrir. En el umbral, una mujer.
-Hombre,
hermanita.... -no había terminado de decir esto, cuando tras ella, apareció un
hombre- y mi cuñado... Pasad, pasad...
-¡Vaya pestazo tienes aquí, Juan!
-¿Pestazo?
-Juan olfateo el ambiente- No noto nada...
La hermana de Juan enfilo directa a la
ventana más próxima, abriéndola de par en par. Luego, busco otras que también abrió.
-Juan,
venimos a hablar contigo. Muy en serio. Hay un sitio en esta leonera,
medianamente limpio, ¿donde nos podamos sentar?
-Sospecho
que no -tercio el cuñado.
-Venga,
pues vámonos al bar de ahí abajo. Charlamos mientras tomamos una copa...
-De
eso se trata. De tu desmesurada afición a las copas, que te lleva a un grado de
abandono de tu persona inconmensurable. Hoy no has ido a trabajar. Además, has
dormido vestido. Te delatan las arrugas de la ropa. Ayer llegarías borracho
perdido y en lo primero que encontraste te echaste... El problema que tienes
con el alcohol es superior a ti.
-Yo
me quito del alcohol cuando quiera.
-Eso
es, justamente, lo que todos los alcohólicos dicen, antes de reconocer que es
el alcohol lo que les puede...
-¡Yo
sí! protestó Juan.
-Tú
tampoco. En cuanto arrancas con la primera, viene la segunda, la tercera... y
no paras hasta la saturación. Y eso todos los días. Si llegamos diez minutos más
tarde, hubiéramos tenido que buscarte en algún bar... El alcohol te puede. Y la
solución es, precisamente, no ingerir la primera copa...
-¿Qué
pasa? Que sois del Ejercito de Salvacion?
-No.
Somos tu hermana y tu cuñado, que, a pesar de todo, te queremos y buscamos tu
bien. Toma. Léete esto -extendió una cartulina pequeña de color amarillo- Hay doce
preguntas. Por una vez en tu vida, se sincero contigo mismo y respóndete la
verdad... Tenemos que irnos... La decisión es tuya. No te podemos obligar. -dicho
esto, el matrimonio se levantó y se fue.
Juan al quedarse solo, miro aquella
especie de cartulina amarilla. Lo primero que vio fue el anagrama de Alcohólicos
Anónimos.
Se acordó de su amigo Dimas. Mas que un
amigo, fue, en tiempos, compañero de borracheras. Dejo de verle durante
bastante tiempo. Alguien le comento que estuvo ingresado en un hospital a
consecuencia de un delirium tremens, producido por el exceso de alcohol. Recordaba
que, cuando se enteró, dijo: "Si es que bebía mucho..." y la persona
que le contara lo de Dimas, a su vez, replico: "Poco más que tu... Ya
sabes que dice el refrán: Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...” Al cabo
del tiempo, supo que Dimas se había recuperado y que estaba yendo a esta Asociación
humanitaria.
Juan sabía que, en algún sitio, tenía
apuntado el teléfono de Dimas. Era cuestión de intentar recordar... Pero el
dolor de cabeza era espantoso. No obstante, empezó a buscar. Al cabo de un buen
rato, encontró un cuadernillo que, a decir verdad, estaba hecho un verdadero
asco. Algo se había derramado y, a duras penas, se leía algo. Efectivamente, el
teléfono de Dimas estaba allí escrito. Como este lo escribió con bolígrafo, se salvó
del deterioro general.
Encamino sus pasos al teléfono. Descolgó.
Sin ponerse el auricular en la oreja, empezó a marcar. Cuando termino, se dio
cuenta de que no había ningún tipo de señal. Colgó y volvió a descolgar. El
silencio más absoluto. Extrañado, intento la misma maniobra. Sus ojos
tropezaron con un sobre de Telefónica a su nombre. Dejo el auricular. Rasgo el
sobre. Era una carta donde le decían que le cortaban el teléfono por falta de
pago. Miro la fecha: de hacia un mes. Se repantingo en el sillón. Con la mirada
en el vacío, empezó a decir en voz alta:
-Desde
luego, tiene razón mi hermana. Esto que hago no es vivir. Como vengo bastante subido
de tono, cuando llego por las noches a casa, no me entero de nada... Tengo
descuidado todo absolutamente. Soy una autentica calamidad. El caso es que bebo
porque todo el mundo bebe... Me gusta alternar y, claro, tengo que beber...
Claro, tampoco me agrada la idea de que me ingresen en un psiquiátrico por un
delirium tremens... En fin, bajaremos al bar de al lado para llamar a Dimas...
Por lo menos, charlare con el... Hoy no voy a beber en todo el día ni una sola
caña de vino ni de nada. Solo refrescos.
Se preparó un poco y, con las mismas,
se bajó a la calle. En vez de meterse en el bar, busco una cabina telefónica.
Marco el teléfono de Dimas. Se puso él, que, en principio, no lo reconoció.
Como Juan no tenía muchas monedas, solo le dijo que si podían verse... Dimas le
dijo que si, que fuera a su casa: no podía salir esa mañana, porque esperaba
una llamada desde Santander.
Juan se metió en una boca del metro,
poniendo rumbo a casa de su excompañero de borracheras. Cuando llego al portal
donde vivía Dimas, antes de entrar, encendió un cigarrillo, dejándome en su
mano izquierda. Allí estaba su amigo, aguardándole. Sin querer, me dejó caer.
Pero pude escuchar a Juan decir:
-Dimas,
soy alcohólico y necesito que me ayudes... -luego, los dos hombres entraron en
la finca.
Allí me quedé. Mirando la puerta
cerrada. Pensativo. Tan abstraído estaba, que no me di cuenta de que alguien me
cogía del suelo. Era MARILÓ TRAICIONERA.
SIGUIENTE